—Hijo de… —musita con desprecio al escuchar la forma tan despreciable en que Adriano se expresa de la rubia.
«¿Retocar qué? ¿Acaso eres ciego? Ella es jodidamente perfecta».
—Si me disculpan, necesito ir al tocador.
Son las palabras con las cuales Thalia interrumpe el pensamiento de Leonardo. Solo una mirada rápida a la más baja le es suficiente para notar lo afectada que se encuentra por los comentarios despectivos sobre su imagen. Al verla abrir la puerta, se apresura a ir tras ella, siguiéndola en silencio y de cerca.
Aunque, al estar detrás de ella, las expresiones de su rostro son algo a lo que no tiene acceso, no lo necesita; con solo ver lo errático de sus pasos y cómo su cuerpo tiene ligeros espasmos, le es suficiente para tener una idea clara de cuán alterada se encuentra.
—Lo siento —es la rápida y atropellada disculpa que ofrece al hombre con el cual tropieza.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —Pero la pregunta se queda sin respuesta.
El sonido de la barra de seguridad provenie