La euforia en el quirófano fue efímera pero intensa. Entre aplausos y miradas de admiración, Marco y Valeria supervisaron personalmente el traslado de Sofía a la UCI, asegurándose de que cada detalle fuera perfecto. Hablaron con los padres de la niña, cuya gratitud fue un bálsamo momentáneo para sus almas cansadas. Luego, la rueda de prensa: sonrisas profesionales, respuestas medidas, la imagen de unidad que la clínica necesitaba proyectar.
Finalmente, libres de obligaciones, se encontraron solos en la oficina de Valeria, el ambiente estaba cargado de una mezcla de agotamiento y alivio. Marco y Valeria se encontraban de pie, frente a la ventana que daba al atardecer de la ciudad. Sin mediar palabras, Marco la envolvió en un abrazo firme, un gesto de reconocimiento profesional y personal que trascendía las barreras que habían tenido hasta ahora.
—Nadie más podría haberlo hecho —murmuró él, su voz ronca por la emoción contenida—. Eres increíble, Valeria.
Ella se permitió relajarse en su