La furgoneta azul abandonada era un puñal en el corazón de Marco. El relicario de su tía en manos de Fernando era una declaración de guerra personal. La rabia, fría y afilada, lo recorría, pero la clínica no se detenía.
Las paredes de la Mansión Mendoza resonaban con el eco de la angustia, pero en ese mismo instante, los pasillos del hospital bullían con una emergencia distinta.
La paz tensa se quebró con el sonido estridente de una alarma de código azul, seguida de la voz urgente de la centralita: "Dr. Quiroga, Dr. Rojas, Dra. Mendoza, a UCI inmediatamente. Ingreso de prioridad uno".
Marco maldijo entre dientes, desgarrado. Fue Valeria quien, pálida pero con una determinación de acero, puso una mano en su brazo. "Yo iré," le dijo, su voz un hilo pero firme. "Tengo que estar ahí. Son mis últimas tres semanas de formación y es una emergencia cardiovascular. No puedo eludirla." Su mirada bajó brevemente a su vientre, un gesto casi imperceptible de protección y temor. "Álvaro estará con