La victoria sobre Montes debería haber sabido a gloria. El respeto en los ojos del personal, la rendición tácita de su saboteador, el éxito incuestionable de la técnica de Valeria… todo era perfecto. Y sin embargo, una inquietud sorda se agitaba en el pecho de Marco, un latido de alarma que nada tenía que ver con Fernando.
Su brújula, desde hacía semanas, era Valeria. Y su brújula fallaba.
La observaba desde la puerta de su nuevo y flamante consultorio en cardio adultos, mientras ella revisaba unos expedientes con Laura. Estaba impecable, serena, la Dra. Mendoza en todo su esplendor. Pero él veía más allá.
Veía la palidez cetrina que el maquillaje no lograba ocultar del todo. La sombra violácea bajo sus ojos, tan ligeramente marcada que solo quien la miraba con la obsesión con que él lo hacía podría detectarla. Notaba cómo, a veces, en medio de una conversación, su mente se iba a un lugar lejano por una fracción de segundo, como si luchara por mantenerse anclada al presente.
Pero no e