El mensaje anónimo ardía en sus pantallas, una advertencia y un salvavidas al mismo tiempo. "Duerman con un ojo abierto." La frase los golpeó con la fuerza de un hecho físico en el silencio de la habitación de descanso. La clínica, su fortaleza, su territorio, ya no era segura.
Valeria fue la primera en reaccionar, su instinto de protectora sobresaliendo. —No podemos dejar solos a los niños —dijo, de pie, con la voz cargada de una determinación férrea que venció al agotamiento—. Sofía y los gemelos son sus blancos más fáciles. Si quiere hacernos daño, será a través de ellos.
—Tienes razón —concluyó Marco, su mente ya analizando el problema como un campo de batalla—. Tenemos que dividirnos. Es la única manera. Yo me quedo aquí y reviso las finanzas a fondo. Es mi especialidad. Es nuestra única ventaja para encontrar algo concreto. Tú vas a la UCI. Tu presencia ahí no solo los protege, sino que calma al personal y a las familias.
Fue una decisión lógica, profesional, pero que les cos