Dragos salió aquel mañana de la su pequeña casa de madera, ya tenía quince años de edad, y no tenía necesidad de que su padre lo sostuviese de la mano, lentamente dragos se había acostumbrado al uso de la espada, y algunas armas muy usadas en la ciudad de Transilvania. El padre de dragos era sepulturero, oficio que debido a la enorme cantidad de muertos en la ciudad le dejaba a su padre, y él, una renta y dividendos.
Dragos siempre acompañaba su padre que tenía una carreta vieja de madera curtida y pestilente, por la enorme cantidad de muertos que eran llevadas en ella continuamente, tanto dragos como su padre, estaba ya acostumbrados a la suciedad y a los olores pestilentes que salían de los cadáveres que cada día eran transportados hasta el cementerio.
Dragos era un joven alto, y delgado, de bellos ojos azules, de cabellos dorados, y de muy buen aspecto, aquella mañana dragos y su padre caminaban en dirección del cementerio, su padre, había decido tomar una ruta diferente aquella mañana,
no fueron en la misma dirección que solían tomar siempre, su padre decidió pasar de compras por el mercado de la ciudad. El bullicio y el olor a carnes rancias se podían sentir a lo largo del lugar, pero era algo que dragos le tenía sin importancia,
dragos se recostó un instante sobre uno de los enormes bueyes que tiraban de la carreta, mientras observaba a su padre que discutía con un mercader por los precios de la carne.
Por una de las calles, apareció la joven Elizabeth bathory vestida de una enorme túnica negra, que la cubría por completo, detrás de ella, venía Nicoleta, y Livia,
que vigilaban todos los pasos de la próxima condesa de los bathory, Elisabeth avanzo lentamente hasta el centro de la plaza, Elizabeth le encantaba venir a jugar a la plaza,
pero siempre debía hacer sola, y siempre bajo la custodia de sus sirvientas, o de Nicoleta, y Livia.
Elizabeth lentamente comenzó a saltar en la nieve, y lanzar bolas de nieve en todas las direcciones, Elizabeth se inclinó, formo una pequeña bola de nieve, y sin que se diese cuenta de nieve fue caer sobre la espalda de uno de los bueyes, que soltó un mugido firme,
Elizabeth se quedó mirando en dirección hacia donde había lanzado la bola se nieve, y sin que lo notase, delante de ella, estaba Dragos.
Por un instante, Elizabeth sintió como corazón se aceleraba, como si delante de él, estaba el joven más guapo que jamás había visto, sin querer comenzó a sonreír, sin entender la razón, por la que comenzaba a sentir todas aquellas sensaciones, dragos no dijo nada,
ni dijo palabra alguna, pero Elizabeth, sentía como sus ojos no podían dejar de ver aquel muchacho de ojos azules, sentía que había bastado mirarlo una sola vez para que una sensación que ella no conocía, la invadiera por completo, ¿pero qué es esto que siento? Se preguntó en vos baja, ¿Qué es esta sensación? Quería preguntar a Livia, que estaba cerca de ella, pero sabía que no obtendría la respuesta que ella necesitaba.
—a veces no basta más que una mirada, dijo un hombre curtido y mal oliente, era el padre de dragos que había terminado de comprar las cosas necesarias en el mercado,
—¿Qué quieres decir, padre? Pregunto Dragos sorprendidos,
—qué veces solo basta una sola mirada, una solamente, respondió el anciano, para darte cuenta de que estás delante del amor de tu vida, y esa es la misma mirada, que sentí cuando tu madre y yo no conocimos en las afueras del bosque, y esa mirada basta para unirnos para siempre.
Elizabeth no dijo nada, se quedó en silencio, pero poco a poco sintió como sus pómulos blancos se comenzaban a poner rojos, era una sensación de calor que le recorría todo el cuerpo.
Dragos se quedó mirando a Elizabeth, que sintió que la mirada la traspasaba como una espada, aquella mirada la hacía sentir frágil, dulce, tierna,
y otras sensaciones que jamás había sentido, era como si todos sus poderes fuesen disminuidos, y por completo eliminados, Elizabeth sentía que su fuerza, y el poder bestial, sus dones, y todas esas gracias perversas eran totalmente apagadas, por la mirada de dragos, que todavía la miraba fijamente.
Elizabeth sintió que su alma de niña había sido descubierta, sentía que primera vez, luego de diez largos años de terribles ataques, epilepsia, noches de convulsiones que casi la habían llevado a la muerte, pero esta vez sentía algo dentro de ella que era diferente,
una extraña sensación que hacía que todo su ser se endulzara como a miel, sentía como por dentro algo lentamente la transformaba,
—sí dijo el anciano, que saco de trance Elizabeth, que se volvió sobre sí, y se quedó mirando atentamente al anciano, para ver que decía.
—sí, ese tiene que ser el amor real, el amor real, tal como tu madre, mírala bien hijo, por qué quizás ella sea tu esposa pronto, siguió el anciano riendo, mientras le daba una palmada en el hombro a dragos que se puso nervioso.