A veces, incluso cuando crees que todo está bien, hay una tensión invisible que se arrastra bajo la superficie. Es como ese silencio incómodo después de una tormenta, cuando el cielo se despeja pero tú sabes —lo sabes— que no ha terminado del todo.
La semana había comenzado con una paz que me parecía sospechosa. Enrico y yo habíamos logrado algo que se sentía casi como normalidad: desayunos sin discusiones, miradas cómplices por encima del café, roces intencionados que nos sacaban sonrisas. Me permití, por un instante, creer que habíamos llegado a ese punto donde la confianza se instala sin pedir permiso, como un huésped cómodo en medio del caos.
Spoiler alert: fue un error.