Lo encontré de nuevo, allí, en el fondo del cajón, tan palpable como las palabras que mi padre me dejó. Pero esta vez no era solo una carta. No era solo el eco de una historia que me había sido contada en fragmentos. Esta vez, había algo más. Algo mucho más cerca de lo que temía encontrar.
La segunda carta era una misiva de palabras incompletas, como si algo más grande se estuviera cocinando, y había sido detenido, interrumpido, borrado. Pero aún así, allí estaba: la última voluntad de un hombre que nunca imaginé que traicionaría sus promesas.
Cuando la dejé sobre la mesa, frente a Enrico, vi el cambio inmediato en su rostro. Algo oscuro se desplomó sobre él, algo tan imponente que sentí que la