CAPITULO X

Noche de bodas y revelaciones

Isa Belmonte

La música invade todo el espacio, las personas más jóvenes bailan alocadamente mientras los más formales fuman en un salón aparte y se mantienen en sus mesas, Mario se mantiene en la pista conmigo por obligación, se quiere ir desde que llegamos, pero es  nuestra maldita fiesta y debemos terminarla, me pego a él cuando la música se vuelve más lenta, me toma de la cintura y yo rodeo su cuello con mis brazos, me besa con lentitud, despacio, sin apuros, sin lujuria, solo un rose suave de sus labios sobre los míos compartiendo unos minutos que cualquiera categorizaría como escena de romance de época.

Vuelvo a respirar cuando sus labios se separan de los míos, mis ojos se mantienen cerrados y siento como pega su frente a la mía, nos volvemos a balancear con suavidad, de lado a lado, abro los ojos y me encuentro con los suyos mirándome fijamente, se mantiene serio, no puedo descifrar que esconde su expresión, el pecho se me acelera de la nada y entonces Mario sonríe, la sonrisa más amplia y hermosa que le he visto.

–Este en verdad es el mejor día de mi vida – suelta sin previo aviso y ahora la que se paraliza soy yo, no ´se que responder, solo sonrío y él vuelve a besarme, esta vez por menos tiempo y con mayor apremio. Cuando nos separamos la música llega a su fin, Mario revisa su reloj – al fin, ya es hora de irnos – sonríe aún más tomando mi mano.

Me arrastra con él hacia el cuarto de preparación en busca de los tacones que dejé puesto que no iba a pasar toda la noche usándolos, los reemplacé con unas zapatillas elegantes. Me coloca los zapatos y me saca del lugar tan rápido como llegamos, al salir todos los invitados ya se encuentran en la entrada, incluyendo a mi queridísima suegra y la que creo es su mejor amiga, Aisha.

–La fiesta estuvo muy bonita – dice la última mencionada – aunque esto no sea más que un negocio hay que guardar las apariencias – agrega con veneno, no le pongo atención, pero varios de los asistentes que alcanzaron a escucharla si, nos miran intrigados y con los ceños fruncidos.

–Si fuera de los hombres que se casan por negocio, me habría casado contigo – responde Mario, los murmullos se empiezan a escuchar y yo la miro con superioridad y sin medir palabra – gracias a todos por asistir, buenas noches – con esas últimas palabras me arrastra con él dentro de la limosina que ya espera por nosotros, no tengo oportunidad de decir nada o despedirme de nadie, no es como que conozca a todas esas personas, pero al menos me habría gustado agradecerle a mi suegro, se portó de maravilla hoy.

Subo al auto, la puerta se cierra y arranca rumbo al pent house, las motocicletas y camionetas de seguridad nos rodean y Mario sube el vidrio de privacidad del auto.

–Creo que ya va siendo hora de que empiece a disfrutar del matrimonio – dice Mario antes de literalmente lanzarse contra mí y empezar a besarme, esta vez sin tomarse su tiempo, al contrario, me besa con urgencia, con lascivia pura, siento sus labios y manos por todo mi cuerpo, se enreda con las tiras del vestido lo que me causa gracia, pero la risa se corta cuando sin previo aviso su mano se instala en medio de mis piernas y empieza a tocar con rudeza.

Un grito se ahoga en mi garganta cuando introduce un dedo en mi interior al tiempo que pellizca uno de mis pezones y besa mi cuello de una forma que sé dejará huella por varios días, hace maravillas en mi centro mientras yo ya no sé que soy, me falta el aire cuando le devuelvo los besos salvajes que recibo, siento que el vestido me asfixia y la piel me quema, el ritmo de los dedos de Mario acelera, mi pecho se hincha, mis muslos se quieren cerrar y él no me lo permite, sus movimientos se vuelve más frenéticos y siento que estoy llegando al paraíso, pero de pronto todo se detiene, Mario se queda quieto, retira sus manos de mi cuerpo al tiempo que se incorpora en su lugar y me ayuda a sentarme correctamente, estoy mareada y no entiendo nada.

–Ya conocen sus lugares y funciones, retírense – la voz de Mario es fría y ruda, a pesar de que su corbata esté desacomodada, su cabello alborotado y sus labios hinchados.

–Buenas noches, señor – escucho varias voces al mismo tiempo, todo queda en silencio y Mario sale de la limosina, intento seguirlo, pero me fallan las piernas y me veo obligada a poner las manos en el asiento para no caer estrepitosamente.

–Espero que tu debilidad sea por el alcohol, porque aún no termino de empezar contigo – susurra Mario con la voz ronca y sensual que me encanta antes de tomarme en brazos y llevarme hacia el elevador privado, no deja de besarme en el camino y yo no pierdo oportunidad de besarlo y acariciarlo también.

–¿Estás desesperado por tu noche de bodas? – pregunto en medio de los besos.

–Nuestra noche de bodas – corrige – y claro que estoy desesperado, nunca me había casado y quiero el paquete completo – dice cuando las puertas se abren dándonos paso a nuestro ahora hogar.

Me carga hasta la habitación, mis pies tocan el suelo al mismo tiempo que mi vestido pues ya estaba abierto desde el ascensor, Mario no deja de besarme en lo que me despoja de la poca tela que cubre mi cuerpo, hago lo propio quitándole la camisa, pero dejando su corbata en su lugar, le quito el pantalón, los zapatos y no puedo evitar salivar y sorprenderme cuando me coloco de rodillas y le quito la única prenda que le queda.

Lo he visto muchas veces, pero no puedo negar que esta noche en especial se ve más grueso, más largo, más potente, siento como si fuese la primera vez que lo tengo frente a mí, el glande gotea por la excitación y no pierdo tiempo, recojo todo con mi lengua antes de introducirlo hasta donde mi garganta me lo permite, me veo obligada a usar las manos para cubrir lo que mi boca no alcanza, lo acaricio al ritmo que puedo manejarlo, me sostengo de sus piernas cuando él empieza a mover las caderas bombeando dentro de mi boca. Toma mi cabello en una coleta antes de introducirse hasta el fondo provocándome una arcada.

Respiro hondo y vuelvo a mi tarea, envolviéndolo con la lengua, acariciándolo con las manos, besando toda la extensión, variando el ritmo y sacudiéndolo con mis manos cuando está a nada de derramarse, dejo que todo caiga en mi boca y mis pechos, él mira todo con una expresión que no puedo describir, pero quiero verla todos los días de mi maldita vida.

–Mi turno – dice en un susurro antes de tomarme por lo brazos y ponerme de pie, gira mi cuerpo y de un empujón me deja sobre la cama, con una pierna en el piso y la otra doblada sobre la cama, me toma de las caderas jugando con mi delgado panti y acariciándome de vez en vez – adoro que seas mi esposa – dice con un tono demasiado sensual y se introduce en mí antes de que pueda procesar lo que ha dicho.

Sus caderas chocan contra las mías de una manera brutal, es rápido y conciso con cada movimiento, mi pecho toca la cama por la fuerza de las embestidas y Mario no me da tregua, al contrario, me toma con más ímpetu, araño las sabanas mientras agito mis caderas tratando de seguirle el ritmo, una de sus manos empieza a acariciarme el culo y noto como lubrica mi entrada con mis propios fluidos, intento negarme, pero no me lo permite.

–Solo respira, prometo ser amable – susurra en mi oído, no deja de acariciarme, aprieto los ojos cuando lo siento puntear justo en la entrada, respiro profundo y trato de relajar mi cuerpo cuando empiezo a sentir la invasión de su falo, entra despacio y cada centímetro lo siento como si una barra de metal ardiente me estuviese atravesando, estoy segura de que mañana no podré ponerme en pie.

Empieza a moverse después de unos minutos de solo acariciar y besar mi espalda para que yo me acostumbre a su tamaño, cuando respiro con normalidad las estocadas lentas dan inicio y aunque duele un poco, experimento un placer que no había sentido nunca antes, siento olas de corriente en todo mi cuerpo, el pecho me va a estallar, mis pulmones claman por aire, me duelen los piños de tanto apretarlos, los movimientos de Mario se aceleran y vuelven más erráticos, sé lo que viene y por ello alzo la pelvis dándole un mejor ángulo para clavarse en mí, me contoneo rápido y entonces lo siento, la humedad, la tibieza, la calma, hemos acabado al mismo tiempo.

Mi cuerpo cae rendido, con las rodillas en el piso y el torso en la cama, es Mario quien me eleva y me acomoda en mi lugar, con la sabana limpia mis pechos y deposita un beso en ambos antes de acostarse a mi lado y cubrirnos con la frazada, me abraza y esta vez es diferente, todo se siente diferente, esto escaló demasiado en muy poco tiempo, las palabras salen de mi boca antes de que siquiera las pueda procesar.

–Me enamoré de ti, estoy empezando a amarte Mario – suelto casi sin respirar.

–Yo te amo desde aquella noche en el bosque – responde y deposita un beso en mi cabeza, intento decir algo más, pero el cansancio, el alcohol y lo brutal de las revelaciones me noquea, todo se oscurece y no pretendo quejarme, solo me dejo invadir por la sensación cálida y reconfortante que me ofrecen los brazos de Mario.

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