CAPITULO XXVI

Las sombras se alargan

Isa Belmonte

La noche es fría, pero el calor de Mario a mi lado me mantiene a salvo. O eso quiero creer. A pesar de la calidez de sus brazos, un escalofrío recorre mi espalda cuando pienso en la mirada de Aisha al irse del café aquel día. No era solo arrogancia; era una promesa. Una promesa de que esto no había terminado.

Duermo inquieta, mis sueños son un torbellino de rostros distorsionados: Luis riendo burlonamente, Sofía susurrando traiciones, Ximena con sus ojos llenos de desprecio y, sobre todo, Aisha, con esa sonrisa de hielo que parece decirme que mi felicidad es solo un espejismo.

Despierto antes del amanecer, con el estómago revuelto. No sé si son las náuseas matutinas o el nudo de ansiedad que se ha instalado en mi interior desde ayer. Mario ronca suavemente a mi lado, su perfil sereno en la penumbra. Lo observo, tratando de absorber un poco de su fortaleza. Él es mi roca, mi refugio en esta tormenta que no cesa. Pero no puedo seguir escondiéndome det
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