Capítulo sesenta y seis. Un mundo perfecto.
El viento marino soplaba suave, cálido, como una caricia constante en la piel. Era su último día en el pequeño pueblo costero, y Nicole no podía evitar sentir una mezcla de nostalgia y plenitud mientras caminaban por el malecón.
Millie iba adelante, con un vestido amarillo que parecía absorber la luz del sol, empujando su propio cochecito de juguete donde llevaba “a su bebé”, un muñeco con sombrero de pescador y botas de goma.
—¿Y cómo se llama el bebé hoy? —preguntó Kyan, acercándose a su hija con una sonrisa.
—Ayer era Sol, pero hoy es Luna —respondió Millie sin dejar de caminar—. Porque cambió de humor en la noche.
Nicole y Kyan se miraron con complicidad. El aire libre le hacía bien a los tres, pero especialmente a Millie, que no había parado de reír, correr y hablar desde el amanecer.
Después del desayuno, decidieron pasar el día entero explorando los alrededores. Pasearon por los muelles, probaron dulces artesanales y compraron una peq