Capítulo treinta y dos. Vamos a salir de esto.
Las cámaras estallaron como relámpagos en plena tormenta. Nicole no necesitó mirar los titulares: su teléfono vibraba sin parar, los mensajes se amontonaban, y los rostros de los empleados en la oficina eran el reflejo perfecto de lo que ella temía. Todo el mundo lo sabía.
Kyan Byron tenía una hija. Y su madre era Nicole Wallace.
La noticia había estallado aquella mañana como una bomba. Alguien —aún no sabían quién— había filtrado la prueba de ADN y una fotografía antigua donde Nicole sostenía a Millie de bebé. Los portales de chismes, los medios de comunicación serios y los influencers de las redes estaban explotando con teorías, acusaciones, escándalos. Había hashtags en tendencia. Videos analizando su relación. Opiniones. Juicios. Y todos, absolutamente todos, hablaban de ellos.
En el penthouse de Kyan, reinaba un silencio extraño. Millie dormía, ajena al caos. Nicole, sin embargo, no podía respirar. Estaba de pie en la cocina, con los