Bastián respiro hondo para apaciguar sus emociones, y entrecerró los ojos.
—¿Eres tú la mujer que se acerca a mi carpa en las noches oscuras?
Ella palideció al percatarse de que él la había reconocido; apretó las manos para no salir corriendo y carraspeó para que su voz sonara serena.
—¿Por qué piensas eso? Hoy fue la primera vez que te vi en la batalla. Freya es mi amiga, fui a ayudarla.
Bastián reconoció perfectamente esa sutileza; la había tallado con sus propias manos. Además, percibió algo más allá de sus palabras. Aunque su tono era tranquilo, su cuerpo la delataba: la forma en que evitaba su mirada por segundos revelaba su nerviosismo. Con sus ojos agudos, la observó fijamente.
—No me engañes, Isis. En la oscuridad sé reconocer tu cuerpo, porque lo toqué en esas noches de pasión. ¿A qué le temes? ¿Por qué no dices la verdad? Te lo vuelvo a preguntar: ¿esa mujer y tú son la misma persona?
Isis sintió un estruendo en su interior; el pánico la invadió. Yura, su loba, quien rara vez