Eris levantó la cabeza de inmediato, con los ojos brillantes de preocupación.
—¿Ése es el hombre que me salvó? ¿Cómo está? —Su voz tembló—. Vaya, sigo siendo una malagradecida. Él me salvó, y ni siquiera me acordé de él. Díganme donde esta para retribuirle que me allá salvado.
—Esteban está bien —respondió Isis con calma—. Ya tendrás tiempo para agradecerle. Pero estamos aquí porque hablamos con el Alfa Crono sobre tu estancia aquí. Llevas diez meses entre nosotros, e intervenimos por ti. Si lo deseas, puedes formar parte de esta comunidad, sin ser una prisionera.
Eris contuvo el aire, sin atreverse a creerlo. Su cuerpo se relajó y una mueca de alegría se reflejó en sus labios.
—Muchos aquí, aunque no lo notes, te tienen aprecio —continuó Isis—. Me han dicho que pocos se acercan a ti porque siempre te ven asustada, como si esperaras un regaño. Pero esta aldea es un lugar donde nos ayudamos y vivimos en armonía.
—Sí… sí, acepto quedarme —murmuró Eris, apretando sus manos de la emoción—