Del bosque emergió Isis, montada sobre el lomo de Boox, con su mate y los otros dos orcos. Los niños, con los ojos brillando de emoción, no pudieron contener su asombro al ver a las criaturas, que les sonreían con gestos amigables. Sin dudarlo, corrieron hacia ellos, ansiosos por mostrarles su nuevo hogar.
—¡Bienvenidos! —exclamó Freya, acercándose para besar la mejilla de su amiga—. ¿Cómo fue el viaje?
—Tranquilo —respondió Isis, con voz serena—. Los orcos casi no podían contener las ganas de ver a sus amigos. —Observó a los niños correr hacia las criaturas, y una sonrisa melancólica se dibujó en sus labios—. Miren cómo se olvidan de su tía preferida —bromeó, cruzando los brazos—. Derrotada por unos orcos, el mundo está perdido.
—¡Ay, no exageres, chica! —Freya soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza—. Esos mocosos adoran a su tía Isis.
La sonrisa de Isis se tornó seria por un instante, y bajó la voz.
—Si mis criaturas causan algún problema a la manada, avísame y vendré por ellos.