99. LA VENGANZA DE JOSEFINA
Y ahí estaba yo, frente a ella, sosteniendo con firmeza el peso de años de traición, humillación y dolor acumulado. Su rostro, pálido como el mármol, desvelaba un terror que no podía ocultar, y mi propia calma se convirtió en un espejo que reflejaba todas las cicatrices de aquellas noches de desesperanza. Pasaron unos segundos que se sintieron eternos, mientras mis labios se curvaban en una sonrisa apenas perceptible, incitada más por mi propia amargura que por satisfacción.
—¿Sorprendida, Amaya? —pregunté, cortante como el filo de una daga. Ella intentó apartarse, moviéndose torpemente en la cama como si la distancia pudiera salvarla de mi cercanía. Un intento inútil, asfixiado por el peso de nuestras historias confrontadas. —Veo que no estás en coma y que tu memoria sigue inta