Cuando desperté, me encontré en una habitación que parecía haber sido dispuesta exclusivamente para mí. Una pequeña cama se alzaba en el centro, y una estrecha ventana filtraba un tenue rayo de luz que apenas lograba romper la penumbra. La puerta, cerrada herméticamente, contaba con una pequeña ventanilla a través de la cual habían deslizado una bandeja con desayuno y algunos medicamentos. ¿Dónde me encontraba? Estaba claro que no estaba en el sótano de la casa de mis padres.
El aire tenía un olor aséptico, mezcla de limpieza y medicina, que llenaba la estancia, haciéndome sentir aún más desubicada. Intenté recordar cómo había llegado hasta allí, pero mis recuerdos eran borrosos; solo recordaba a Josefina y a los hombres que me pusieron una bolsa en la cabeza. Lo demás eran solo flashes inconexos de imágenes y so