Las voces de Dafne y el doctor Herrera, interrumpiendo con sus saludos y preguntas sobre cómo había pasado la noche, capturaron mi atención. Estaba sumida en una desesperación por desentrañar los eventos del día anterior, de los cuales no guardaba registro alguno. Morgaine, por su parte, se encontraba en un estado de alerta, temerosa de que Dafne pudiera desvelar inadvertidamente la verdad. Marina, en cambio, veía en esta interrupción una oportunidad para finalizar apresuradamente la recolección de las pertenencias que su niño Ilán requería para abandonar la casa, ansiosa por poner fin a su participación en este complejo entramado familiar.
Fue entonces cuando Morgaine, con una amabilidad tan exagerada que rozaba lo teatral, tomó mi mano como si fuera la de una niña pequeña, dirigiéndose a