Desperté envuelta en un velo de confusión, mi mirada vagando incierta por los confines de mi habitación. A través de las cortinas, que apenas se atrevían a filtrar la tenue luz del amanecer, logré distinguir la figura de Morgaine, dormida en un sillón cercano. Mi mente era un torbellino de preguntas sin respuestas, incapaz de recordar los eventos recientes. Recordaba vagamente haberme deslizado hacia la cocina, ocultándome para captar fragmentos de conversaciones ajenas, y luego, un dolor agudo y penetrante en la zona de una reciente cirugía me sumió en la oscuridad.
Sentada en la cama, un manto de temor me envolvía. Las palabras del doctor Herrera resonaban en mi mente como un augurio funesto: "Amaya, nunca debiste permitir que Daniel te golpeara, y menos aún en esa parte de la cabeza. Es extremadamente peligroso. Podrías empezar a sufrir lagunas mentales". Aún podía escuch