Contemplé, con un miedo creciente, los informes que el doctor Herrera me extendía con mano firme. Entre los diversos resultados de las pruebas médicas, el que más me aterrorizaba era el del hematoma cerebral, una consecuencia directa del violento impacto propinado por Daniel bajo sus propias órdenes. Lejos de disminuir, como era de esperar, el hematoma había crecido, debido a que desoí los consejos de reposo absoluto. Mi negligencia había comenzado a repercutir peligrosamente en otras áreas cerebrales.
—Es imperativo, Amaya, que permanezcas hospitalizada —insistió el doctor Herrera, la preocupación teñía cada palabra—. Solo así podrás guardar el reposo necesario y te podremos administrar los medicamentos antiinflamatorios adecuados.—Herrera, ¿acaso no te das cuenta de que estoy perdiendo el control sobre todo lo que me rodea? —repli