En esta parte de la historia, había abrazado a la nana Marina que en verdad la sentía como a mi verdadera suegra, ella y su esposo Armando amaban a Ilán como si fuera su propio hijo. Cuando Amaya la despidió en su intento de que no le dijera la verdad al policía, se había detenido y contestado.
—Ya le dije que yo no trabajo para usted; a mí me paga el niño Ilán y procure que no le pase nada —le contestó con calma y se detuvo para mirar fijamente a Amaya que estaba a punto de explotar—. Te lo he dicho, Amaya, Dios todo lo ve. Vas derechita al mismísimo infierno. Confiesa todo lo que has hecho para salvar al niño antes de que sea demasiado tarde. ¿Puedo irme, señor agente?—Sí, váyase —contestó el agente, ahora mirando a Amaya de manera diferente—. Señora, si tiene alguna idea de quiénes pudieron comete