Capítulo 47.

El anillo permanecía en mi mano como un peso muerto, un recuerdo que quemaba. No tuve fuerzas para guardarlo de nuevo en la caja. Me quedé con él en la palma, observando cómo brillaba con esa luz cruel que me recordaba cadenas, promesas vacías y noches interminables de llanto.

El cansancio acabó venciéndome. Me tendí en la cama, con la lámpara encendida, el anillo en la mano y la nota de Javier sobre el pecho.

Me dormí.

Soñé con aquel día.

Javier me había llevado a un parque solitario, en las afueras de la ciudad. No tenía nada preparado, ni música, ni flores, solo su sonrisa arrogante y la seguridad con la que me miraba.

Sacó una pequeña caja de terciopelo negro. Me la mostró con orgullo.

—No tengo fortuna aún —me dijo, sujetándome la mano—, pero cuando la tenga, tú serás mi reina. Este anillo es la promesa de que juntos vamos a conquistar el mundo.

Yo, ingenua, lo miré con ojos brillantes. Sentí que esa promesa era suficiente. Que su amor podía llenar los vacíos que la riqueza no po
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