Capítulo 16.

No dormí esa noche. El hospital, con su olor a desinfectante y pasillos interminables, me estaba volviendo loca. Las imágenes de Nicolás desplomándose en mis brazos, su sangre empapándome, eran una pesadilla que no me soltaba. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía morir.

No podía quedarme quieta. Necesitaba hacer algo. Necesitaba golpear, destrozar, arrancar el alma del desgraciado que había jalado ese gatillo.

Mis contactos no tardaron en responder. Un mensaje, un código, una ubicación. En menos de doce horas, aquel francotirador ruso que Javier había contratado estaba en mis manos. Bueno… en las de mis hombres. Lo llevaron a una vieja bodega abandonada en las afueras de la ciudad. El olor a óxido y humedad impregnaba el aire, y las sombras parecían alargarse como cómplices silenciosas.

Cuando entré, el hombre estaba amarrado a una silla metálica. Los brazos atados detrás de su espalda, la cabeza baja. Aún sangraba de un golpe que seguramente mis hombres le habían dado para doblegar
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