Capítulo 15.
Las horas siguientes fueron un tormento. Me quedé en aquella fría sala de hospital, con las manos todavía manchadas de sangre seca, caminando de un lado a otro, con la mente hecha un lio. Había perdido la noción del tiempo. Cada minuto era una eternidad, cada sonido de pasos o puertas me hacía girar con el corazón en la garganta, esperando noticias.
Cuando mis padres llegaron, corrí a sus brazos. Mi madre me abrazó con fuerza, sollozando conmigo, mientras mi padre me sujetaba de los hombros como si quisiera sostenerme en pie.
—Hija, tranquila, —dijo él, aunque su propia voz se quebraba—. Nicolás es fuerte, saldrá de esta.
—Papá… —mi voz salió en un susurro ahogado—. Lo vi caer frente a mí, sangrando, inconsciente. No sé si… no sé si pueda soportar verlo morir.
Las lágrimas de mi madre mojaron mi cuello. —Estamos contigo, Mila, pase lo que pase.
Las horas se alargaron como cuchillos. El reloj en la pared parecía reírse de mí, cada aguja moviéndose a un ritmo cruel. Yo rezaba, maldecía,