Capítulo 120.
NARRADOR.
El pabellón de mujeres en la prisión estatal era un infierno, el sol entraba a cuentagotas a través de barrotes oxidados y el aire siempre olía a sudor rancio y desinfectante barato. Las reclusas se movían como sombras, formando alianzas frágiles que se rompían con una mirada equivocada o un rumor malintencionado. Elena Rodríguez había llegado primero, meses atrás, tras su arresto en el escándalo de la red criminal. Con su reputación de manipuladora fría, se había posicionado rápidamente como la reina del bloque: controlaba el contrabando de cigarrillos y medicamentos, decidía quién comía primero en el comedor y quién recibía "visitas" de las guardias corruptas. Su esposo, Martín, pudriéndose en el ala de hombres, no le servía de nada aquí, y cuando este murió no le importo, pero su nombre aún inspiraba temor. Elena gobernaba con puño de hierro envuelto en sonrisas venenosas, y las demás reclusas la seguían por miedo, no por lealtad.
Lola Fernández llegó como un torbellino r