Capítulo 49.
NARRADOR.
La mansión respiraba un silencio tenso, interrumpido solo por los pasos calculados de los guardias. Nicolás había doblado la seguridad tras la crisis en la clínica: ningún paquete, ningún sobre, ningún extraño podía acercarse sin que él lo supiera. Todo tenía que revisarse dos veces en la reja antes de entrar a la mansión, y todo movimiento quedaba reportado directamente a su despacho.
No era paranoia. Era necesidad.
Mila dormía en la habitación principal, bajo un reposo absoluto ordenado por el médico. El leve sonido de su respiración lo tranquilizaba y lo asfixiaba a la vez: ella descansaba, pero él sabía que el peligro acechaba con más fuerza que nunca.
Cuando se aseguró de que estaba dormida, salió de la habitación. Su corazón le pesaba con cada paso. Se dirigió al santuario, ese búnker de luces frías y pantallas azules donde Camil lo esperaba.
Ella lo recibió con gesto serio, los ojos cansados de tanto escarbar entre archivos prohibidos.
—Nicolás.
Él la miró, grave.
—Ne