Capítulo 57.
NARRADOR.
Nicolás no apartaba la mirada de Santiago. Sus ojos oscuros estaban cargados de rabia contenida, un filo tan cortante que parecía capaz de atravesar a cualquiera. La herida en su costado sangraba bajo la camisa, pero ni eso lo detenía.
—Entonces todo esto estaba planeado… —su voz resonó como un trueno en el pasillo estéril—. Padrino, ¿cómo puedes hacerle esto a tu propia hija? Te desconozco.
Santiago sostuvo su mirada con frialdad, los labios apretados, sin pronunciar palabra. Isabel, con el rostro desencajado por las lágrimas, rompió el silencio.
—¿Cómo está Mila? —preguntó, dirigiéndose al médico.
El cirujano, un hombre de mediana edad con la bata aún húmeda de sudor, respondió:
—Estable, por ahora. La cesárea ha terminado, los bebés están estables.
Un suspiro colectivo recorrió el pasillo. Pero el alivio duró apenas un segundo. El médico aclaró la garganta, incómodo, y volvió a preguntar:
—Necesito una respuesta definitiva. ¿Procedo con la extracción del riñón?
—¡No! —gri