Capítulo 56.
NARRADOR.
En la sala de espera de la clínica privada se podía cortar el aire tenso con un chuchillo, el olor penetrante a desinfectante y el eco distante de pasos apresurados llenaban el silencio cargado de angustia. Nicolás estaba sentado en una de las sillas metálicas, la camisa empapada en sangre seca y fresca, con una mano presionando el costado vendado y la otra frotando el rostro una y otra vez, como si con ello pudiera arrancarse el miedo.
Camil permanecía de pie, inquieta, recorriendo el pasillo con pasos cortos, los brazos cruzados, la mirada fija en la puerta del quirófano que no dejaba de abrirse y cerrarse con médicos que entraban a toda prisa.
El ruido de unos tacones contra el mármol los hizo girar. Isabel y Santiago Fernández irrumpieron en el pasillo, vestidos de negro como si acabaran de salir de un funeral, los rostros tensos y los ojos brillando con una determinación que helaba la sangre.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Nicolás con un hilo de voz ronca.
—Nos avisaron de