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Capítulo 2: La danza del caos

Los primeros tres días en la Torre Haneul no fueron simplemente un torbellino; fueron un huracán. Kang Ji-woo se sintió como una pequeña hoja arrastrada por un vendaval de llamadas incesantes, correos electrónicos urgentes y demandas que surgían de la nada. El brillo pulido del piso cincuenta y ocho, que en su primer día le había parecido un templo de la calma, ahora se revelaba como el ojo de la tormenta, un lugar donde la presión se sentía tan tangible como la humedad del verano. La Señora Ahn no había exagerado. Lee Jae-hyun, el CEO, operaba a una velocidad y con una intensidad que parecían desafiar las leyes de la física. Su agenda era una bestia viva, mutando con cada minuto que pasaba. Una reunión programada con un ministro del gobierno podía ser cancelada en el último segundo para dar paso a una teleconferencia con inversores globales en Singapur, que a su vez se vería interrumpida por una crisis en una de las subsidiarias. Y cada cambio, por pequeño que fuera, generaba una cascada de reorganizaciones que recaían directamente sobre el escritorio de Ji-woo. Su teléfono no dejaba de sonar. Las luces parpadeantes de las múltiples líneas eran un testimonio constante de la vorágine. "Oficina del CEO Lee", repetía una y otra vez, su voz al principio un poco temblorosa, pero rápidamente adquiriendo un tono profesional y calmado.

Aprendió a priorizar las llamadas en cuestión de segundos, discerniendo la urgencia de cada timbre. El sistema de correo electrónico era un flujo interminable de informes, propuestas y mensajes codificados que requerían una lectura rápida y una clasificación inmediata. Los demás secretarios y asistentes del piso ejecutivo observaban a Ji-woo con una mezcla de curiosidad y una ligera condescendencia. Habían visto a muchos asistentes nuevos pasar por esa misma silla, y pocos habían durado más de un mes. La mayoría se marchaba con el rostro pálido y los ojos vacíos, derrotados por el implacable ritmo del CEO Lee. Esperaban ver a Ji-woo flaquear. Pero Ji-woo no flaqueaba. Se aferraba a su ética de trabajo, a los años de estudio y a la promesa silenciosa que le había hecho a sus padres. Su escritorio, a pesar del caos, era un modelo de organización. Cada documento estaba en su lugar, cada bolígrafo alineado. Había desarrollado un sistema mental para mapear la intrincada red de las empresas del Grupo Haneul, las relaciones entre los directivos y las prioridades de cada proyecto.

Su cuaderno, antes prístino, ahora estaba lleno de garabatos rápidos, códigos y listas de verificación que solo ella podía descifrar, pero que eran su mapa en este laberinto. Un incidente particular marcó el inicio de la sutil sorpresa de Jae-hyun. Era el final de su segundo día. Una reunión crucial con un inversor extranjero se había pospuesto de forma inesperada. Jae-hyun, visiblemente irritado, había salido de su oficina, con el ceño fruncido. —La sala de conferencias para la reunión con el señor Tanaka no está disponible para mañana por la mañana. Necesito una alternativa. Inmediatamente. Y asegúrese de que tenga capacidad para videoconferencia segura. Su voz era cortante, sin espacio para la réplica. Ji-woo asintió, su mente ya trabajando a toda máquina. Sabía que todas las salas importantes estaban reservadas con semanas de antelación. Era una situación que había hecho que otros asistentes tartamudearan y sudaran.

En lugar de entrar en pánico, Ji-woo recordó una conversación casual que había escuchado a la Señora Ahn sobre una pequeña sala VIP en el piso 60, raramente usada, que tenía tecnología de punta. En cuestión de minutos, mientras los demás todavía procesaban la demanda, Ji-woo había hecho un par de llamadas discretas. —Señor Lee —anunció con calma, acercándose a las puertas de la oficina justo cuando él estaba a punto de entrar de nuevo—, he reubicado la reunión con el señor Tanaka en la sala VIP del piso 60. Está confirmada para las 9 a.m. con todas las especificaciones de seguridad. He enviado los detalles a su dispositivo. Jae-hyun se detuvo. Su mano, que ya estaba en el pomo de la puerta, se quedó suspendida. Giró la cabeza lentamente para mirarla. Sus ojos, de un marrón tan oscuro que parecían casi negros, la escudriñaron por un instante. No hubo expresión en su rostro, ni un atisbo de sorpresa, pero el silencio que siguió fue diferente.

Duró apenas un segundo, pero para Ji-woo, se sintió como una eternidad. Luego, un breve y casi imperceptible movimiento de su barbilla, una especie de asentimiento mudo, y desapareció en su oficina. Ese fue el primer indicio. No un elogio, no una palabra de agradecimiento, pero la ausencia de una reprimenda, la falta de una pregunta inquisitiva sobre cómo lo había logrado. Era lo más cercano a una aprobación que obtendría de Lee Jae-hyun.

Al día siguiente, la prueba fue más sutil. Jae-hyun le dictó una serie de instrucciones complejas para un informe, con detalles específicos sobre los datos que quería incluir y el formato. Habló rápidamente, sin pausas, y no repitió nada. Ji-woo, con su lápiz volando sobre el cuaderno, lo registró todo. Más tarde, al entregar el informe, lo encontró perfecto. Sin errores, sin omisiones. Jae-hyun lo revisó en silencio, sus ojos recorriendo las páginas. De nuevo, el breve silencio, la imperceptible pausa. Luego, solo un "Bien" que Ji-woo casi no escuchó. Los colegas comenzaron a murmurar. "Ella es diferente", decían. "Es como si supiera lo que va a pedir antes de que él lo pida".

Ji-woo no lo sabía "antes", pero había desarrollado una habilidad para anticipar. Había notado los patrones en la forma de trabajar de Jae-hyun: la hora a la que prefería sus informes, los tipos de datos que le interesaban, las prioridades que surgían de ciertas llamadas. Empezó a preparar borradores de correos electrónicos o a buscar información relevante antes de que él la pidiera, anticipándose a sus necesidades. Un mediodía, un mensajero llegó con un paquete urgente, pero estaba dirigido a la antigua asistente de Jae-hyun, que se había ido hacía un mes. El mensajero no podía entregarlo sin una firma específica. La situación amenazaba con retrasar un envío crucial para un proyecto de inversión. Ji-woo, sin dudarlo, recordó haber visto en los archivos digitales un documento sobre el procedimiento de mensajería internacional y el contacto de la empresa de mensajería.

En lugar de preguntar a Jae-hyun, que estaba en una llamada confidencial, llamó directamente a la compañía, explicó la situación con claridad y consiguió que el paquete fuera reasignado y firmado electrónicamente por el departamento legal, todo en quince minutos. Cuando Jae-hyun salió de su oficina, Ji-woo ya había resuelto el problema. —Señor Lee, el paquete urgente ha sido reencaminado. No habrá retrasos. Jae-hyun la miró, esta vez con algo más que una simple observación. Había una chispa de… interés. Un destello rápido en esos ojos oscuros, como si algo inesperado hubiera capturado su atención. Por un momento, Ji-woo sintió que su corazón se aceleraba.

Era la primera vez que sentía que él realmente la veía. Al final de su primera semana, Ji-woo se sentía agotada, pero extrañamente exhilarada. Había navegado el caos, no solo sobrevivido, sino que había empezado a dominarlo. Mientras empacaba sus cosas para ir a casa, escuchó la voz de la Señora Ahn, que hablaba en voz baja con otra secretaria, sin saber que Ji-woo todavía estaba allí. —...ella es buena. Muy buena. Pensé que sería otra más. Pero ella... tiene algo. El señor Lee parece... menos molesto. Ji-woo sonrió para sí misma. "Menos molesto" era el mayor cumplido que podía recibir del temido Lee Jae-hyun. Era solo el comienzo, pero había plantado una semilla. Él la había subestimado, y ella, sin una sola palabra de queja o jactancia, había comenzado a demostrarle lo equivocado que estaba. La torre de marfil de Lee Jae-hyun, que parecía inexpugnable, había sentido un leve, casi imperceptible, temblor. Y Ji-woo, la modesta asistente, era el epicentro.

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