La puerta se abrió suavemente. Julian entró con pasos sigilosos, como temiendo perturbar el silencio. En la cama, Kira estaba recostada de lado, con las manos sobre el vientre. Sus ojos estaban abiertos, aunque al verlo trató de forzar una sonrisa.
Él se acercó, la observó apenas un segundo, y supo que algo no estaba bien. No era la sonrisa que solía iluminarle los días. Era otra cosa, un gesto frágil, casi una máscara.
—¿Todo bien, amor? —preguntó con voz baja, sentándose a la orilla de la cama.
Kira asintió rápido, demasiado rápido.
—Sí… solo estoy cansada.
Julian arqueó una ceja. Sabí