Marcus estaba sentado en la sala de su departamento, el cuerpo aún pesado del exceso de alcohol y del sexo mecánico con Vanessa, cuando sonó su teléfono. Vio el nombre en la pantalla y un escalofrío le recorrió la espalda.
Richard.
Contestó, intentando sonar casual.
—¿Sí, padre?
La voz que llegó al otro lado era pura furia contenida.
—¿Eres idiota o lo haces a propósito?
Marcus parpadeó, enderezándose.
—¿De qué hablas?
—De esa mujerzuela histérica que metiste en el juego. —Richard escupió cada palabra—. ¡Vanessa irrumpió en la casa de Julian! ¡La sacaron esposada! ¿Sabes lo que eso significa? Que la prensa puede olerlo en cualquier momento, que William y ese árabe van a usarlo como arma. Y todo gracias a ti.
Marcus tragó saliva, pero intentó defenderse.
—Vanessa está descontrolada, no pude…
—¡Tú la metiste en esta familia! —lo interrumpió Richard, con un rugido—. Tú la embarazaste. Tú la arrastraste a nuestras vidas. Y ahora se pasea gritando que ese hijo es de Julian. ¿Quieres que