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Capítulo 9: El primer cruce de fuego

Kira no dijo nada. No presentó a ninguno. Diego notó el gesto y se ofendió de inmediato. Se acercó, alto, de músculos anchos y actitud dominante, y tomó a Kira del brazo con más fuerza de la necesaria.

—Tenemos que hablar. Ya —le gruñó al oído, sin disimular su molestia.

Kira frunció el ceño de inmediato.

—Suelta. Me estás lastimando.

Y entonces ocurrió algo que nadie —ni siquiera Kira— esperaba.

Julian, tranquilo, de complexión magra pero erguido como una torre que no se quiebra, dio un paso al frente y se plantó entre ambos. No tenía el cuerpo de gimnasio de Diego, pero había algo en él… algo frío, firme. Su presencia no era volumen: era filo.

—No la toques —dijo con voz baja, grave, directa como una amenaza apenas contenida.

Diego lo miró de arriba abajo. En su mente, lo descartó al instante: flaco, elegante, probablemente de oficina. No era un rival. Pero aun así… hubo algo que lo incomodó. No por el físico. No por la fuerza. Sino por la calma. Por la mirada. Por el hecho de que se había interpuesto sin dudar.

—No te metas, cabrón. Esto no es asunto tuyo —espetó Diego, con tono amenazante, alzando el pecho como hacen los machos que necesitan recordarse que lo son.

Antes de que todo estallara, Kira se metió entre ellos.

—¡Ya! Diego, él es Julian. Es… un amigo.

Julian la miró de reojo. Ese “amigo” sabía a poco y a demasiado a la vez. Como si le ofrecieran una migaja de algo que no pidió… pero igual deseaba.

Diego lo volvió a mirar, analizando. Aun así, su ego le susurró que no era amenaza. Que el tipo no podía competir. Se giró, como si no valiera la pena seguir con la escena.

Julian regresó al círculo de amigos, pero no dejó de mirar de reojo la cocina. Las voces subieron, y la discusión entre Kira y Diego se volvió audible para todos.

—¿Así que solo no querías estar conmigo? ¿Prefieres estar con este grupito? —bramó Diego, sin importarle los testigos.

—Si quieres quedarte, quédate. Pero deja de hacer un escándalo. No voy a tolerar tus celos infantiles hoy —respondió Kira, seca, cansada.

Ella volvió a sentarse con los demás. Pero Diego se quedó ahí, observando. Algo dentro de él ardía. No era amor. No era celos sinceros. Era territorio. Era ego. Era ese instinto que lo hacía creerse dueño de algo… incluso si lo descuidaba cada noche con cualquier otra.

Y al ver cómo Julian —ese flaco de mirada fija— observaba a Kira con esa atención callada y profunda… supo que debía quedarse.

No por ella. Sino para marcar.

Como si su simple presencia fuera suficiente para espantar a los cuervos.

Como si Julian fuera uno.

Y sin pensar en la rubia exuberante que dormía en su cama, dio un paso al frente, cruzando la línea invisible que separa el deseo de la guerra silenciosa.

Minutos después, Diego se unió al grupo. Kira, algo incómoda, finalmente se decidió a presentarlo con los demás.

—Él es Diego… un amigo —dijo, sin mirarlo del todo.

—Prometido —corrigió Diego de inmediato, con una sonrisa que más bien era un desafío.

Julian apretó ligeramente la mandíbula. No dijo nada, pero por dentro algo le ardió. La noche anterior Kira estaba furiosa. Herida. Lo había encontrado con otra y ahora… ¿lo presentaba como su prometido? Todo eso sabía a una contradicción que no le gustaba.

Aun así, durante el resto de la velada, Julian no dejó de comportarse con amabilidad. No solo con Kira, también con Sol y Luka. Fue Luka quien comenzó a hablar sobre videojuegos y Julian se unió a la conversación sin reservas. Leo, divertido, también se enganchó, compartiendo sus gustos y anécdotas.

Diego los observó desde la esquina del sofá, cruzado de brazos. Finalmente soltó una risa sarcástica.

—¿Videojuegos? Eso es para vírgenes que no tienen vida sexual.

Julian lo miró, con esa media sonrisa que solo tienen los que han crecido entre élites, sin alterarse.

—Tiene diez años —respondió tranquilo, mirando a Luka con complicidad—. Y si ya tuviera vida sexual, estaríamos muy preocupados.

La sala estalló en risas. Incluso Luka se sonrojó pero no dejó de reír. Diego, sin nada más que añadir, se hundió un poco en su asiento, herido en su ego sin entender del todo por qué sentía que el flaco elegante le estaba ganando en su propio terreno.

Julian, en cambio, simplemente volvió a mirar a Kira. Como si, sin decir nada, estuviera conquistando terreno con cada gesto, cada palabra... cada acto de respeto.

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