El ascensor desapareció con su eco metálico, y la noche quedó suspendida en el aire del piso 58.
 Durante un largo minuto, ninguno de los tres habló.
 Solo el sonido distante de la ciudad —sirenas, bocinas, un helicóptero lejano— recordaba que el mundo seguía, indiferente a lo que acababa de ocurrir en esa sala.
Julian fue el primero en moverse.
 Apagó el grabador con un gesto pausado, como quien cierra una puerta entre el pasado y el presente.
 Marcus se dejó caer en una silla, con la espalda hacia el ventanal, las manos colgando entre las rodillas.
 William permaneció de pie, mirando el sobre con su inicial, el único que aún no había abierto.
—¿Y ahora qué? —preguntó Marcus,