El amanecer mordió la ciudad con una luz fría, como si el cielo mismo entendiera que ese día no sería común. En la casa, la calma era tensa: Julian se movía como un animal ritual, comprobando cierres, hablando con el equipo de seguridad de Amhed, revisando que Luka y Sol supieran las rutas a seguir. Kira dormitaba todavía, envuelta en una manta; cada vez que Julian miraba su vientre, su rostro se ablandaba. Había abrazos fugaces, instrucciones en voz baja, una liturgia de protección. Nadie hablaba del miedo en voz alta; todos lo sentían como un rumor grave.
La primera llamada fue a las cinco en punto. Leo, en la fiscalía, tenía el tono de quien conduce una operación con varias orquestas a la vez.
—En media hora salen los equipos. Mantengan a la familia en el anillo interior. No hay filtraciones. Si hay lluvia, la prensa la tendrá que ver desde lejos. Actuamos.
Julian asintió, aunque nadie lo veía. Afuera, patrullas discretas rodearon la cuadra; hombres en chalecos pasaron a paso decid