La sala de reuniones del hospital había sido transformada en un búnker de decisiones. Habían corrido las cortinas, apagado las luces innecesarias y traído una mesa larga; nadie quería cámaras, nadie quería eco. En una de las cabeceras estaban Julian y Leo; cerca, como dos pilares, Amhed y el oficial que llevaba el caso; Marcus permanecía sentado con las manos juntas, los ojos cansados pero alerta; y William, vestido con esa elegancia envejecida que escondía remordimientos, limpió la garganta antes de dejar sobre la mesa un sobre con contadoriales y papeles que olían a memoria.
Julian ya había pensado mil estrategias en la noche. Ninguna era bonita. Ninguna era fácil. Pero ahí estaban, todos los que podían poner en serio peligro a Richard —porque Richard, por fin, era el objetivo que debía caer entre pruebas, juicios y consecuencias— y que además protegerían a Kira, a Luka y al futuro que estaban construyendo.
—Gracias por venir —dijo Julian sin preámbulos—. Empecemos por lo que tenemo