El timbre sonó con una violencia distinta esa mañana. No era la insistencia seca de la primera vez, sino golpes firmes, rítmicos, casi militares. Luka, que estaba en la mesa del desayuno con Sol, levantó la cabeza asustado. Kira, con una taza entre las manos, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo antes incluso de escuchar a Julian ponerse de pie.
Él sabía quién era. Lo sabía antes de abrir la puerta.
Cuando lo hizo, se encontró con tres agentes de Migración. Esta vez no venían con carpetas bajo el brazo, sino con una actitud que rozaba la hostilidad. Dos hombres y una mujer, con chaquetas oscuras y credenciales colgando.
—Señor Blackthorne —dijo uno de ellos, sin sonreír—. Esta es una inspecci&