La casa estaba tranquila cuando Julian cruzó la puerta. La lluvia había amainado, dejando tras de sí un olor fresco que se colaba por las ventanas entreabiertas. Al entrar, lo primero que vio fue a Kira en el sofá, con una manta sobre las piernas y una taza de té caliente en las manos. Luka jugaba en la alfombra con Sol, que había armado un improvisado “campamento” con cojines y mantas.
La escena le arrancó un nudo en el pecho: era justo lo que Richard había querido amenazar. Ese instante de paz, de familia, era lo que su padre siempre despreciaría y lo que Julian nunca permitiría que le arrancaran.
Kira levantó la mirada, y la sonrisa al verlo entrar fue inmediata, aunque sus ojos lo escudriñaron con atención.
—Llegaste tarde —dijo en voz baja, como un reproche dulce.
Julian dejó el abrigo y se acercó a ella. Besó su frente y acarició su cabello con ternura.
—Había más trámites de los que pensé —respondió, sin mentir del todo pero escondiendo las espinas de la verdad.
Ella ladeó la c