La mañana no pidió permiso: se encendió en la cocina con el vidrio empañado y un hilo de luz que partía en dos la mesa. Kira despertó con la claridad de quien no ha dormido mucho pero sí ha descansado donde debía. Damian, en el moisés, respiraba con ese temblor mínimo que parece el parpadeo del mundo. Julian ya estaba de pie: camiseta vieja, el pelo alborotado, los pies descalzos y esa eficiencia tranquila que se estrena cuando un hombre empieza a cargar el día sin que se le note.
—Hoy nos visita la matrona —recordó Kira, mirando el reloj del celular—. A las once.
—Antes de eso —respondió Julian—, café para ti, agua para mí y… —se inclinó sobre el moisés— una conferencia privada con el señor titular. Tema: sueños y negociación de siestas.
Kira sonrió sin abrir del todo los labios. Su cuerpo aún era un territorio en tregua: le dolían zonas con nombre y otras que nunca lo habían tenido, pero la mente estaba clara, como si alguien hubiera levantado la ceniza y soplado despacio.
El primer