VALERIA SANTORO
Ya pasó una semana desde que tomé ese analgésico. Quedé sorprendida, ya que Alessandro estuvo muy pendiente de mí, aunque siento que mi padre no estaba muy de acuerdo con eso. Recuerdo estar despertando en el hospital escuchando los gritos de mi padre y de Alessandro.
—Hija, ¿cómo te sientes?
—Papá, ya te dije que estoy mejor. Déjame regresar al trabajo.
—Podrías ir, pero quiero pedirte un favor.
—Dime. —Se acerca a mí y me toma con delicadeza de los brazos.
—Mantente alejada de Rizzo.
—¿Padre, qué pasa con el señor Rizzo? —Mi padre se pone serio—. No entiendo su rivalidad, se supone que ustedes son socios.
—Hija, son cosas de nosotros, y no quiero que te metas en eso.
—Papá, el señor Rizzo no me ha tratado mal. Al contrario, fue muy atento conmigo.
—¡Hazme caso, Valeria! —El grito de mi padre me sobresalta; jamás lo había visto así.
—Cálmate, papá, no me trates así. No soy una niña pequeña, y hasta que el señor Rizzo no me demuestre que es mala persona, no entraré en