ALESSANDRO RIZZO
Tener a Valeria completamente sedada, con sus manos ensangrentadas por los golpes que dio me estaba partiendo el corazón. Era yo el causante de todo esto. Sus últimas palabras aún me taladraban el alma, dejándome sin aliento:
"¿Puedes reparar un corazón roto?"
Jamás me había sentido tan destruido.
—¡Llamen a un médico para que le curen las heridas! —ordené con la voz quebrada.
Intenté levantarla. El dolor en mi cuerpo era intenso, pero no me importaba. Lo único que quería era que estuviera cómoda. Y, egoístamente, no quería que ningún otro hombre la tocara.
Al poco tiempo llegó el doctor. Le colocó unos vendajes y le inmovilizó la mano derecha: una leve contusión. Debía mantenerla quieta.
—Lucas —lo llamé con un hilo de voz.
—¿Alessandro? ¿Qué ocurre? Te noto apagado.
—Pasó algo con Valeria —le conté todo, sin omitir un solo detalle. Sabía que estaba furioso, pero no dijo nada.
—Ya no quiero verla sufrir, Lucas.
—¿Y qué piensas hacer?
Sentí un nudo en la garganta. Dol