CAPITULO 38

VALERIA RIZZO

Todo mi maldito cuerpo dolía. Era un dolor profundo, insoportable, como si cada músculo estuviera desgarrado. No se lo desearía ni a mi peor enemigo. Intentar sentarme era una tortura, y ni hablar de ponerme de pie. Para todo dependía del señor Mario, quien, aunque me ayudaba con delicadeza, empezaba a despertar en mí sensaciones inesperadas. Era un caballero, sí, pero también un hombre atractivo, y eso comenzaba a perturbar mi salud mental y mi cordura.

—Hola, Valeria. Debemos irnos. —¿Irnos?

—¿Por qué? —pregunté al notar cierto nerviosismo en su voz.

—Mi hijo nos encontró.

—¿Qué? Pero él estaba muy borracho...

—Estoy seguro. Tengo personas que me informan de todos sus movimientos.

Por un momento, su voz se quebró. Algo en él cambió.

—¿Está todo bien? Lo siento algo afectado.

Me observó en silencio y, sin previo aviso, me atrajo con cuidado hacia su pecho, envolviéndome en un abrazo cálido. No lo esperaba.

—Mario... —susurré, sorprendida por la cercanía, pero algo dentr
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