Rocco se aleja de Giovanni y Caterina, esperando que esta última al menos se ponga algo decente. Si su madre no estuviera pisándole los talones, hubiese dejado a Giovanni fuera, y habría entrado con Caterina a la habitación y la hubiese obligado a vestirse de manera adecuada.
Mientras recorre los pasillos de su villa y van pasando frente a sus ojos las obras modernas de los diferentes artistas calabreses y algunas piezas clásicas como un Caravaggio menor, que decoran las paredes blancas, el pulso de Rocco se acelera al recordar la forma en la que la bata de seda se amoldaba al cuerpo de Caterina y el encaje bordeaba sus senos, dejando mucho a la imaginación, que en ese momento se le había despertado de manera incontrolable.
Rocco pisa con vitalidad el mármol travertino claro, sin brillo excesivo, que en invierno se calienta con un cuidado sistema geotérmico oculto.
Al llegar al salón abierto al mar con ventanales de piso a techo que desaparecen al de