La cafetería está casi vacía, iluminada apenas por la luz tenue que entra por los ventanales empañados. Un lugar neutral, elegido precisamente porque nadie de las familias de los rusos, ni de los sicilianos, suele frecuentarlo. Al principio, Caterina tenía dudas sobre su encuentro con Irina y, gracias a la paranoia de su padre, Salvatore y Luca, estuvo a punto de cancelar la cita con la mujer Volkov.
Salvatore y sus hombres se encuentran cerca y preparados para cualquier eventualidad; Caterina viajó a París con Salvatore y dejó a Nicola con Anna, Giovanni y Luca.
Nerviosa, entra en la cafetería, lleva las manos enguantadas, no por elegancia, sino para ocultar el temblor que no logra controlar. Se sienta en la mesa del fondo, desde donde puede vigilar la puerta sin ser vista desde la calle. Está nerviosa, es consciente del riesgo que corren ella y su familia, pero también está segura de que debe hacerlo por Rocco; su muerte no puede quedar impune.