Scilla amaneció con el cielo bajo y el mar, golpeando las rocas con fuerza. Es el segundo día de lluvia y Caterina empieza a sentirse igual que el mar, triste, melancólica, sin ganas de hacer nada y muy cansada.
— Vamos, dormilona, tenemos que ir al entierro de Enzo. — Caterina se da media vuelta y Rocco lanza sobre ella el vestido recto y sobrio negro que las chicas del aseo le acaban entregar.
— ¿En serio? No quiero sonar mal educada, pero son las siete de la mañana y llueve — dice Catalina, observando el cielo nublado y envolviéndose entre las sábanas. — ¿Puedo quedarme aquí? — Rocco se vuelve a mirarla. Detiene sus movimientos, se está abrochando la camisa negra.
— ¿Estás bien? — Rocco se acerca a ella, que se encuentra limpiando las lágrimas de sus húmedas mejillas. — ¿estás llorando? — Ella asiente y aprieta su cara contra las sábanas.
— Tengo la sensación de que algo malo va a pasarte, y no lo soportaría. — Él acaricia su cabello