El amanecer llegó cubierto por un velo gris.
El sol no se alzó con su habitual fulgor sobre el Palacio de la Luna Eterna; apenas un resplandor pálido atravesaba las nubes, proyectando sombras inquietas sobre los jardines.
Risa despertó sobresaltada, jadeando, con el corazón al borde del desgarro.
El sueño se repetía desde hacía noches: un trono de piedra, un fuego oscuro, una voz que la llamaba “Elaris”.
Pero esa madrugada, algo había cambiado.
El fuego no se extinguió al abrir los ojos. Permanecía dentro de ella.
Se incorporó con lentitud, sintiendo la energía recorriéndole las venas como si su propia sangre ardiera. Cuando extendió la mano, el aire frente a sus dedos se curvó, vibrando. Pequeños destellos dorados flotaron a su alrededor, mezclados con filamentos de sombra.
—No… no puede ser… —susurró, asustada.
El espejo frente a su cama tembló. Su reflejo parpadeó, y por un instante vio otro rostro superpuesto al suyo: el de una mujer antigua, majestuosa, con una corona de luz queb