El silencio era tan pesado que parecía que hasta las paredes del salón contenían la respiración. Lucian, con la mano de Lyanna firmemente sujeta en la suya, esperaba la sentencia de su rey. Los nobles observaban con miradas expectantes, algunos escandalizados, otros intrigados, todos tensos como si el mundo pudiera quebrarse en cualquier momento.
Rhaziel descendió los escalones del trono con pasos lentos y seguros, cada uno resonando como el eco de un tambor en la penumbra. Su imponente figura se detuvo frente a la pareja, y los ojos del lobo alfa brillaron con un fuego indescifrable.
—Lucian —su voz, grave y profunda, llenó cada rincón—. Has tomado la osadía de desafiar las tradiciones de este reino, de declarar tu amor en un salón lleno de testigos sin mi permiso, sin mi bendición.
Lucian alzó el mentón, sin soltar la mano de Lyanna.
—Prefiero morir que negar lo que siento por ella, mi señor.
Un murmullo de horror recorrió el salón. ¿Morir? ¿Desafiar al rey con esas palabras?
Lyanna