El eco del salón aún resonaba en la mente de Lucian mientras caminaba de la mano con Lyanna por los pasillos iluminados con antorchas. El bullicio de los nobles había quedado atrás, pero el peso de lo ocurrido seguía apretando sus pechos.
Lyanna sentía que sus pasos eran inestables, como si el suelo pudiera desaparecer bajo sus pies. Apenas lograba asimilar lo que habían hecho. Habían retado la tradición, la opinión de todo el reino… y aun así, Rhaziel les había dado su bendición.
Cuando llegaron al jardín interior, donde los rosales nocturnos florecían bajo la luna, Lucian la atrajo hacia él y la obligó a mirarlo a los ojos.
—No sabes lo cerca que estuve de perder el control en ese salón —murmuró con la voz entrecortada—. Pensé que Rhaziel me destrozaría delante de todos.
Lyanna acarició suavemente su rostro, sus dedos temblando.
—Y yo pensé que nos arrancarían de allí a la fuerza. No podía respirar, Lucian. Tenía miedo… pero también sentí una libertad que nunca había sentido an