El sol se desvanecía lentamente detrás de las torres del palacio, tiñendo el cielo con un resplandor dorado que se mezclaba con el azul profundo del atardecer. El aire olía a flores frescas y a magia contenida: la antesala perfecta para un evento que nadie sospechaba sería mucho más que una simple cena.
Risa había pasado el día entero en movimiento. Ordenó a los sirvientes limpiar el gran comedor del ala oeste, colocar tapices nuevos, encender los candelabros de cristal y adornar la mesa con lirios plateados —las flores que, según la tradición, simbolizaban unión y esperanza.
Cuando Rhaziel entró al salón, la vio de pie junto al ventanal, ajustando los últimos detalles. Su expresión era tranquila, pero sus ojos tenían ese brillo que solo aparecía cuando planeaba algo que implicaba a todo el reino.
—¿Qué tramas, Risa? —preguntó con una media sonrisa.
—Nada malo, lo prometo —respondió ella sin volverse—. Solo quiero reunir a todos. Han pasado demasiados días llenos de tensiones, adverte