La noche había caído sobre el Reino de las Sombras con un silencio profundo, casi reverente. El viento rozaba los muros del palacio como si susurrara secretos antiguos, y la luna, alta y majestuosa, bañaba los jardines con una luz plateada que parecía hecha de magia.
En el gran salón, la atmósfera era distinta. Las lámparas de cristal lanzaban reflejos dorados sobre las copas y los candelabros. Risa había ordenado una cena especial, una de esas reuniones íntimas en las que cada gesto, cada palabra, parecía tener un propósito oculto. Había sido idea suya, y todos —Rhaziel, Noctara, Adrian y Thallila— estaban presentes, salvo Lucian y Lyanna, que aún se encontraban en su viaje hacia la frontera norte.
Risa había dispuesto la mesa con un cuidado impecable: flores frescas, copas de cristal oscuro, platos de plata bruñida. A primera vista, todo parecía una simple velada, pero en realidad, era un tablero donde las emociones iban a revelarse una vez más.
Horas antes, en la habitación de hués