El amanecer llegó lento al Reino de las Sombras. La neblina se arrastraba por los patios del palacio como un manto vivo, cubriendo los jardines en un velo de misterio.
Thallila se despertó con el primer sonido de las campanas. Había dormido poco; los recuerdos del día anterior seguían vibrando en su mente como un eco incontrolable. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Adrian, sus ojos grises observándola con esa mezcla imposible de fuerza y calma.
Intentó distraerse arreglando la habitación, ordenando las telas, repasando las palabras de Noctara.
“Mantente lejos de él… o te destruirá.”
Pero ¿cómo podía alejarse de algo que no buscaba y que, aun así, la atraía como un imán?
Decidió salir. Tal vez el aire fresco del jardín disiparía esa sensación. Caminó por los corredores silenciosos del ala norte, hasta llegar al patio donde la luz del alba comenzaba a filtrarse entre los arcos de piedra.
Allí estaba Adrian.
Vestía una capa de entrenamiento y sostenía una espada corta, pra